El regulador de la violencia regional

30/Mar/2011

La Nación, Enric González

El regulador de la violencia regional

Los Al-Assad han convertido a Siria en uno de los países clave para la estabilidad de Medio Oriente
Miércoles 30 de marzo de 2011
Enric González
El País
JERUSALEN.- A juzgar por su valor de balance, Siria es un país escasamente relevante: ni grande ni pequeño (22 millones de habitantes), con una industria anticuada y una renta per cápita inferior a las de Egipto o Túnez, con unas magras reservas de petróleo que se agotarán en unas décadas y un ejército que sólo da la talla cuando se trata de intervenir en el diminuto Líbano.
Pero la historia, la geografía y la astucia de la familia Al-Assad han hecho de Siria uno de los actores principales de Medio Oriente. Henry Kissinger, el secretario de Estado de Richard Nixon, dijo hace más de 30 años que en la región más conflictiva del mundo no se podía hacer la guerra sin Egipto ni la paz sin Siria. La segunda parte de la afirmación sigue siendo cierta. Siria funciona como regulador de la violencia regional.
Siria se siente grande. Cuando se rompió el Imperio Otomano, a principios del siglo XX, se daba por supuesto que Siria, sede del antiguo califato, incluiría su actual territorio más los actuales Israel, Jordania, el Líbano y Gaza. Ese era el territorio natural de la Gran Siria.
La amputación de su franja costera para crear el Líbano, una idea francesa con la que se ofreció a la minoría cristiana un país donde pudiera ser mayoría, aún duele. La realpolitik de los Al-Assad, sin embargo, ha logrado convertir el Líbano en la más directa proyección de su poder regional. El gobierno de Damasco se ha especializado en arbitrar las guerras sectarias libanesas sin hacer ascos a ninguna alianza.
Siria empezó armando a las milicias palestinas refugiadas en el Líbano tras la Guerra de los Seis Días, en 1967. Cuando los palestinos se hicieron demasiado fuertes, estalló una larga guerra civil (1975-90) que fue un maná para los Al-Assad.
El ejército sirio entró en el Líbano en 1976 para ayudar a los cristianos a frenar a los palestinos. Cuando en 1982 Israel invadió el país con el proyecto de establecer una hegemonía cristiana, Siria logró quedarse sin rozar demasiado con los israelíes.
En 1990, los sirios pacificaron Beirut y en 1991 firmaron un tratado con el gobierno libanés que formalizó su presencia en el país. A esas alturas, Siria seguía sin reconocer oficialmente la existencia de el Líbano. No hubo intercambio de embajadores hasta 2008.
Mientras tanto, la resistencia libanesa contra Israel había cuajado en una organización chiita, financiada por Irán, llamada Hezbollah o Partido de Dios. Siria es un país de mayoría sunnita, pero los Al-Assad y la élite del régimen pertenecen a la secta alauí, una rama del chiísmo, lo que facilitó unas relaciones fraternas con Hezbollah.
Algo parecido sucedió con el Irán posterior a la revolución islámica de 1979. El ayatollah Ruhollah Khomeini, guía supremo del chiísmo mundial, concedió un reconocimiento formal al alauísmo de los Al-Assad, lo que forjó una alianza que dura hasta hoy.
El otro gran recurso sirio es Hamas, el partido islamista palestino que nació en 1987 y en unos años se convirtió en el tormento del sionismo. Hamas es sunnita, pero eso no importa, porque los Al-Assad saben ser alauíes, laicos o indiferentes, según convenga, y tiene su sede central en Damasco.
Los Al-Assad han tejido durante décadas una telaraña diplomática muy elástica. Su patrocinio de Hezbollah y Hamas, organizaciones consideradas terroristas por Estados Unidos, dificulta la relación con Washington, lo que no impide colaboraciones puntuales como la de la guerra contra Al-Qaeda tras los atentados de 2001. Y duros enfrentamientos, como el registrado a raíz de la invasión de Irak en 2003. Estados Unidos acaba de restablecer relaciones diplomáticas con Siria, consciente del aforismo de Kissinger: sin Siria no hay paz posible.
Algo parecido ocurre con Israel. Los Al-Assad se declaran feroces enemigos del sionismo, pero están dispuestos a firmar la paz con todo lo que ello exija (ruptura con Irán, Hezbollah y Hamas) en cuanto Siria recupere el Golán, la estratégica región montañosa que los israelíes le arrebataron en 1967 y ocupan desde entonces.
La diplomacia siria es fría. En 2007, los israelíes bombardearon una instalación en territorio sirio, supuestamente destinada a crear armas nucleares. Damasco se calló.
Los Al-Assad no tienen amigos ni enemigos, sólo intereses. El gobierno israelí sueña con la caída de los Al-Assad y una ruptura del eje Teherán-Damasco-Beirut. Pero teme que una hipotética desaparición de la familia, con la que siempre ha podido negociar, haga de Medio Oriente una zona más peligrosa.